Este fin de semana he estado 3 días en un monasterio budista al que me gusta ir de vez en cuando. No está en el Tibet, sino en el prepirineo aragonés, y de forma anónima y sin compromiso uno puede ir a pasar unos días, en mi caso para aprender unas enseñanzas concretas, dado que los propios Lamas imparten varios talleres temáticos.
El Budismo es una religión, y como tal tiene sus tradiciones religiosas, pero a la vez tiene su camino de desarrollo personal, es una religión que se centra en el individuo en vez de pretender que sea el individuo el que centre en la religión, y esto es importante ya que además uno es libre de coger lo que le interese del budismo, en mi caso las técnicas de meditación.
Vivimos en una sociedad católica, con una cultura católica y siempre he pensado que el mensaje católico es venenoso para el desarrollo personal. Hay que tener devoción hacia tantas cosas, que ya no queda devoción para uno mismo, no hay espacio para plantear nuevas preguntas o cuestiones, hay que seguir la palabra del papa, de la biblia, del obispo, de párroco… un hermetismo cognitivo absoluto.
Yo siempre he dicho que la teología y Filosofía son como el agua y el aceite, pues históricamente Dios es una respuesta fácil hacia lo que no se comprende, y la Filosofía trata de comprender mediante el razonamiento.
En todo caso el budismo resulta un soplo de aire fresco, uno tiene que emplearse a fondo y sacar lo mejor de sí para trabajarlo, y no cabe duda de su filosofía de vida y pensamiento nos van a dar herramientas para que podamos despejar dudas existenciales, y acercarnos mucho mas a la felicidad por nosotros mismos, y siempre hasta el punto que uno quiera.
En el mundo tan complejo en el que vivimos, uno tiene que tener el criterio y la inteligencia de saber diferenciar aquello que le pretende hacerle ciego, y aquello que va a ampliar su visión, y en el caso del budismo se pueden encontrar métodos indispensables para sobrevivir y ser más feliz en el día a día occidental.
Ahora cierra los ojos e intenta no tener ningún tipo de construcción mental durante 30 segundos… Si no lo has conseguido y crees que es importante el control sobre ti mismo, contacta con tu Lama más cercano.
Algunas fotos:
Cháchara de una monja budista, y algo más
En el bla, bla, bla, en la cháchara aparentemente intrascendental, en la
conversación o en el gesto supuestamente trivial o cotidiano, la clínica
psicoanalítica enseña a reconocer el deseo inconsciente que rige la existencia
de una persona, el deseo que está en la causa de lo que piensa, dice y hace; y
enseña asimismo que ese deseo, que como acabo de indicar determina cuanto
piensa, dice y hace, le es a esa misma persona absolutamente opaco, tanto como el sentido y el goce de ese deseo. (Ocurre exactamente igual en el síntoma y en el lapsus).
De ahí que en lo que dice la monja budista Karma Lekshe Tsomo se pueda leer
algunas identificaciones que marcan, no pocas veces a fuego, la vida de las
personas, así como un aspecto al menos de su deseo, y cómo ese deseo la llevo a abrazar la nada original filosofía budista.
El descubrimiento psicoanalítico de la opacidad del deseo (cabe conjeturar que no
es de otra manera en Karma Lekshe Tsomo), es tan remarcable como la evidencia de
que todo, aun lo más insulso e ideológico, está dispuesto a la lectura
psicoanalítica, para la lectura que da luz al deseo inconsciente, al deseo que
determina las pasiones más bajas y las más sublimes, siendo la acción del
psicoanalista la que invita a la asunción de la responsabilidad de esa causa
inconsciente.
Por
otra parte, del mismo modo que la disolución de los síntomas conocidos tiene en
la intervención psicoanalítica su condición, cabe subrayar asimismo que una
persona, el analizante, tiene la posibilidad de convertirse, merced a esa
singular acción, en una persona auténticamente autónoma, liberada también del
narcisismo del ego, de trasnochadas ideologías y de la falsa humanidad que
ofertan, sin duda sin saber sus lesivos efectos, algunas disciplinas. Es
conocido que entre esas disciplinas se encuentran las filosofías morales de la
antigua Grecia y las religiones del Libro, pero también la filosofía que
comanda la vida de Karma Lekshe Tsomo. De ahí que del loable deseo de
«transformar el mundo… mediante el trabajo del despertar como liberación de
todas las emociones destructivas», no queda decir, en primer lugar, que como
aquellos otros saberes, no ha podido superar el ideológico y morboso
procedimiento práctico de la renuncia del deseo, y que la historia no deja de
recordar lo vano de sus ideas, procedimientos y técnicas.
El
doctorado como ideal
Profesora
de Religiones Comparadas en la Universidad de San Diego (California), con sus
68 años Karma Lekshe Tsomo no esconde su satisfacción de haber conseguido ser
Doctora en Filosofía Budista. Sin entrar en la idoneidad de ese título y para
no reiterarme en las limitaciones intelectuales que se derivan de asumir un
discurso filosófico de esas características, sin duda puede resultar curioso
que una monja budista se complazca en ese mundano ideal. ¡Pero acaso la
filosofía budista no sostiene que el requisito de la felicidad es desprenderse
de todo goce, y que el acólito debe operar una identificación al vaciamiento
(también de saber) en aras a la purificación del espíritu y para conseguir una
sociedad más justa!
Sin
embargo, nada hay de extraño en este asunto, amigo lector, ya que cuando la
vida intelectual está hipotecada en filosofías, doctrinas y saberes de esa
índole lo único que el sujeto desprevenido tiene asegurado, al menos en muchos
casos, es la desorientación intelectual y la renuncia de los principios,
también morales, en los que empeño su salvación y/o un feliz paso por este
mundo.
La
identificación
Que
el Yo es un conjunto de identificaciones, y que el sujeto humano, por
consiguiente, viste el traje de un arlequín confeccionado por la Función del
Padre es conocido desde Freud. Karma Lekshe Tsomo lo ejemplifica al confesar
que «creció en una familia adinerada en la que su hermano era el rey… su madre
era una cristiana fundamentalista y su padre un capitalista profundo», y que
consideró que «Ninguna de esas opciones era para ella. Tuve experiencias
maravillosas y conocí a mucha gente, pero sentía que a mi vida le faltaba
algo.»
Pues
bien, si el padre de Karma no la deseaba como ella quería ser deseada, quizá
Buda sí, debió pensar aquella joven. Quizá Buda sí, más incluso por tratarse de
una entelequia que, por serlo, puede responder al deseo de una mujer, también
del varón, pues ambos pueden anhelar un objeto de suture la carencia
estructural del deseo, un objeto, en fin, que tapone la falta de la
insatisfacción, que los complete, en fin, al modo del andrógino platónico. Y
para mejor reforzar ese deseo, la joven Karma, como antes Buda (Siddharta
Gautama, Lumbini, siglo V-IV a. C., hijo de rey que abandonó su vida ociosa y
los placeres mundanos para abrazar el más humilde ascetismo), lo abandonó todo.
En efecto, a imitación de Buda, Karma, con apenas 19 años, abandonó, en esta
ocasión, la buena vida del adinerado capitalista, el surf, los viajes de relax,
los amigos, pero también a su hija (de la que dice que no la vio en muchos
años, y a la que ubica en casa de unos buenos amigos).
Freud
fue el primero en advertir que el amor al padre responde habitualmente a la
falta ontológica, o sea, a carencia estructural que en su ser experimentan
algunas mujeres. («Sentía que a mi vida le faltaba algo», confiesa Karma). ¿De
qué se trata? Todo parece indicar que nos encontramos ante un ejemplo paradigmático de una carencia imaginaria, imaginaria, en esta ocasión, porque en lo real del cuerpo de la mujer nada falta. Sin embargo, la premisa universal del falo, esto
es, que en el inconsciente sólo exista un significante para la diferencia
sexual (o si se quiere que no exista el significante mujer, con lo cual esa
instancia psíquica esencial y fundamental del ser humano es tan homosexual como
misógina, y no el psicoanálisis que es la disciplina clínica que hace ese
descubrimiento), explica que algunas mujeres se empecinen (y no sólo ellas),
por esa razón y por un déficit de la normativizante Función del Padre, en el
deseo de obtener lo que no les falta, ya sea insistiendo en el deseo de tener el
agalma (falo) en esa metáfora del mismo que es el hijo (conocemos que en Karma
no funcionó esa salida), compitiendo con el hombre, haciéndose víctimas de él
y/o con cualquier otro objeto que le ofrezca la cultura. Creo no equivocarme al
apuntar que Karma Lekshe Tsomo es de esas personas que imaginan que existe un
padre mejor y más bondadoso, un padre, que, por esas anheladas características,
no padece la impotencia de otros, pues imagina que Buda puede darle lo que
otros padres niegan a sus hijos. Es como si el deseo del Otro, esto es, el
deseo del inconsciente de Karma, no le hubiese dejado otra salida que pensar
que existe un padre capaz de ofrecer el don que su verdadero padre le había
negado.
Trátase
aquí, en esta primera aproximación al deseo, al goce del Otro y sus efectos, de
una esperanza vana de un deseo infantil no resuelto, y que el mercado de la
cultural intenta paliar desde épocas inmemorables con los morbosos lenitivos a
los que se refiere Freud en El malestar en la cultura, 1930.
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“Las monjas budistas ya no son analfabetas, están doctoradas”
Karma Lekshe Tsomo, de surfista en Malibú a
monja budista
La Vanguardia.com La Contra | Viernes,
19 de julio 2013.
Ima Sanchís
Revolucionarias.
Karma Lekshe Tsomo creció en una familia
adinerada en la que su hermano era el rey. Años después fundó, y aún dirige,
Jamyag, para educar a las mujeres del Himalaya, y Sakyadhita, asociación
internacional que aglutina a más de 300 millones de mujeres budistas
comprometidas con el cambio social y que ha nacido desde abajo: “Los
académicos, pese a nuestros doctorados, no nos han tomado en serio porque
meditamos; y los practicantes, porque nos ven intelectuales. Somos
revolucionarias de base, queremos que las mujeres despierten y despertar al
mundo”. Tuve el privilegio de moderar un diálogo en la Casa del Tibet
entre Lekshe y la monja benedictina Teresa Forcades, un placer.
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Tengo 68
años. Nací en San Diego (California), en cuya universidad soy docente de
Religiones Comparadas. Doctora en Filosofía Budista. Estuve casada, tengo una
hija. ¿Política? Transformar el mundo. Trabajo por el despertar: estar liberada
de todas las emociones destructivas
Revolucionarias
Creció en una familia adinerada en la que su hermano era el rey. Años después
fundó, y aún dirige, Jamyag, para educar a las mujeres del Himalaya, y
Sakyadhita, asociación internacional que aglutina a más de 300 millones de
mujeres budistas comprometidas con el cambio social y que ha nacido desde
abajo: “Los académicos, pese a nuestros doctorados, no nos han tomado en
serio porque meditamos; y los practicantes, porque nos ven intelectuales. Somos
revolucionarias de base, queremos que las mujeres despierten y despertar al
mundo”. Tuve el privilegio de moderar un diálogo en la Casa del Tibet
entre Lekshe y la monja benedictina Teresa Forcades, un placer.
Era usted surfera.
Sí, competía. Y también fui profesora de yoga, pintora, traductora de japonés y
tibetano, cantante de blues… Y me casé a los 20 años.
El pasado es un aprendizaje.
Mi madre era una cristiana fundamentalista y mi padre un capitalista profundo.
Ninguna de esas opciones era para mí. Tuve experiencias maravillosas y conocí a
mucha gente, pero sentía que a mi vida le faltaba algo.
¿Por qué budista?
El apellido de mi familia es Zenn, y eso me invitó a leer libros sobre budismo.
A los 11 años ya era budista.
Era una niña un poco rara, siempre preguntaba qué pasaría tras la muerte y
nadie me daba respuesta. Así que acabé a los 26 años en Dharamsala, donde el
Dalái Lama había creado la gran biblioteca tibetana.
Tras dar muchas vueltas.
A los 19 años me fui a Japón a hacer surf. Empezó a nevar y me refugié un año
en un monasterio para meditar. Luego viajé a Vietnam, Camboya, India, Nepal,
Sri Lanka… Quería convertirme en monja, pero no encontré un solo monasterio
para mujeres.
¿Y volvió a Berkeley, a California?
Sí. Eran los años sesenta: mientras yo estudiaba poesía japonesa, a mi
alrededor estallaban los movimientos por la paz. Me convertí en activista y en
feminista.
¿Su hija viajaba con usted?
Vivía con unos buenos amigos. Yo era muy joven, soltera, no tenía dinero y
quería una buena familia para ella.
¿Se han reencontrado?
Somos las mejores amigas. Mi hija es activista, tiene mucha conciencia
política, y me ayuda en muchísimos proyectos. Pero durante muchos años no
tuvimos contacto.
¿Cuándo y por qué decidió ser monja?
A los 19 soñé que era una monja muy feliz. Mi infancia no lo fue: crecí en una
comunidad muy rica, pero llena de estresados, alcohólicos y drogadictos en la
que nadie era feliz. Yo no quería seguir esa dirección; quería encontrar la
felicidad dentro de mí, y el budismo tiene muy buenos métodos.
¿Y se fue a los Himalayas?
Allí en invierno vives en un congelador; en verano, en un horno, y durante los
cuatro meses de monzón, en una piscina. Pero era feliz, las enseñanzas del
Dalái Lama eran buenísimas. Viví 15 años, a los 32 me ordené monja.
¿Cuáles fueron sus contradicciones?
En India vi una gran pobreza, fui consciente de mis privilegios y desarrollé la
compasión. Escuché la historia de cientos de refugiados tibetanos y entendí lo
que era la represión política. Y luego empecé a entender la dinámica sexista.
¿Machismo religioso?
Los monjes tenían todo tipo de apoyos, monasterios, educación, y la comunidad
los respetaba. Pero las monjas no tenían nada: la mayoría, analfabetas.
Y usted no las dejó por inútiles.
Les pregunté si querían aprender a leer y su respuesta fue: “Somos
demasiado estúpidas”. Me llevó semanas convencerlas.
¿Cómo las convenció?
Les dije que si aprendían podrían leer al Dalái Lama. Y cuando supieron leer
quisieron aprender gramática tibetana, luego filosofía, pero debido al exilio
muchos lamas elevados habían sido asesinados o estaban en la cárcel y no
encontraba profesor.
¿Decidió estudiar filosofía para enseñarles?
Sí. Luego quisieron estudiar inglés… Creé la fundación para educar a las
mujeres y sin darnos cuenta teníamos un programa de estudios muy completo. Esta
semana, por primera vez en la historia del budismo tibetano, serán ordenadas en
lo más elevado más de 50 monjas doctoras en Filosofía Budista (privilegio que
sólo podían recibir los monjes), y están creando monasterios.
Felicidades y gracias.
Las cosas están mejorando. Las monjas ahora tienen confianza en sí mismas,
hablan cuatro lenguas, ya nadie puede ningunearlas.
El Dalái Lama amenaza con reencarnarse en mujer.
Eso dijo, que se reencarnaría en mujer en una sociedad en la que se escucha a
las mujeres, porque hacerlo en una sociedad en la que no se las escucha sería
inútil. Nosotras tenemos una estrategia.
Cuénteme.
Evitar el enfrentamiento directo, convencer con el razonamiento lógico, que es
en el que se basa la filosofía budista. El propio Buda ordenó a mujeres, pero
en Tíbet ese linaje se perdió. No hay ninguna justificación para esta
discriminación.
Pero de eso ya hace mucho…
Hay al menos trescientos millones de mujeres budistas en el mundo (si incluimos
a las chinas, la cifra se dobla) que están preparadas y creen en la paz y la
justicia, en la bondad amorosa, en la sabiduría. Es un poder potencial enorme
para cambiar el mundo.
¿Cuál es el obstáculo de las mujeres?
La falta de confianza en nosotras mismas. Eso nos hace muy dependientes, nos
vendemos muy baratas. Pero la energía de una mujer con la mente y el corazón
abiertos es ilimitada.
Amigo José Miguel al principio no sabía si tu comentario era spam, un artículo pegado o qué era, pero he de decir que después de echarle un esfuerzo hay ideas muy buenas, quizás no nuevas, pero sí desde un punto de vista diferente que es el tuyo.
Igualmente muchas de las ideas del budismo se pueden encontrar en otras disciplinas como la carrera que comentas, pero históricamente ya te imaginas de donde provienen, de otras filosofías más antiguas, en este caso la budista.
Quizás no interese tanto la procedencia de una filosofía y su triangulación con el mundo intelectual moderno, sino tu utilidad para los individuos, de modo contrario entraríamos en la universidad a los 10 años y saldríamos a los 50, no todo se aprende por el método académico.
Saludos, lo sé amigo Alberto, con mucho retraso. Pero ha sido por el trabajo, que, con la que está cayendo, sin duda debo dar gracias a Dios, como habitualmente se dice. Saludos muy cordiales de nuevo.